SOBRE LA IMAGEN PRESIDENCIAL
La imagen de un Jefe de Estado debe ser en todo momento impecable. La exigencia es mucha, porque mucha y constante es la observación que en todo momento se realiza sobre el mandatario.
Quien aspira a la Primera Magistratura de un país debe reunir en su persona un abanico de aptitudes y actitudes que lo singularicen y caractericen como un estadista, pero sobre todo, como un referente. “Estadista” y “referente”… ¡Cuánto tiempo hace que no escribo ni escucho estas palabras!, hasta parecen anacrónicas. Mejor continuemos.
Mas allá de su simpatía natural un Presidente debe estar preparado para representar a todos sus conciudadanos, sin excluir a nadie, allí donde quiera que se presente, actúe y comunique.
Para estos ciudadanos no hay distinción entre la vida pública y la vida privada. Las grandes personalidades del mundo no pueden ni deben desdoblar ni olvidar esta realidad, si lo hacen por acción u omisión la imagen derrumbada será casi imposible de reconstruir.
Ellos son únicos, como son únicos sus dichos, formas, modos y procederes. Hacen historia. Es dable pensar que los insaciables medios de comunicación estarán atentos y ávidos de imperfecciones y yerros. La ocupación y preocupación por lo pulcro, impecable y pulido (diría un amigo italiano) debe ser permanente y requerir estar con la guardia alta, en todo momento y circunstancia.
Un candidato a la presidencia debe convencernos de esta importantísima visión antes de su elección. No puede ni debe desatender su imagen, tanto en su indumentaria como en su oratoria. Al fin y al cabo la imagen se compone de cómo nos ven los demás a través de múltiples e interrelacionados vectores. Los demás leerán con subjetividad (es decir bajo su cultura) la imagen objetiva que desea mostrarse.
El impacto visual es primordial: la indumentaria y sus accesorios, tan prioritarios estos últimos que casi opacan al marco que los contienen, cobran significativo valor. Un primer mandatario sólo lucirá lo que produzca su pueblo: talabartería, calzado y vestimenta siempre nacional. Nada de cosas extranjeras. El Presidente (sus funcionarios y familia) son los primeros y principales embajadores de su país. Por analogía podemos proyectar este principio a los gobernadores e intendentes. Cuanto orgullo tendrán los diseñadores connacionales al vestir al Jefe de Estado y su comitiva, al costo como a cualquier vecino pero con un altísimo rédito espiritual y satisfacción personal y profesional. Como elemento principal para adornos sugiero a aquella que es nuestra piedra nacional: la rodocrosita o “rosa del inca”, un mineral de color rojizo, que no abunda en el mundo.
Mención especial merece el lenguaje corporal. El gesto inconsciente habla y expresa genuinamente mucho más que las palabras. Basada en estas se funda y nutre la oratoria o talento de hablar en público para instruir, deleitar y conmover.
Como corolario, significo que un Jefe de Estado solo habla su idioma natal por más que conozca otras lenguas. Por respeto a su pueblo hablará solo la lengua de su tierra. Los intérpretes en casos oficiales solo están para trasmitir su mensaje en otro idioma por más que el mandatario haya entendido, sin ayuda, qué dice su circunstancial interlocutor.
Finalizo esta breve reflexión sabiendo que no faltara quien remarcará que por sugerencia de sociólogos y demás, los políticos tienen o deberían tener un asesor de imagen política. Este trabajará una parcialidad del total.
Hay una belleza interior indiscutida que trasunta en elegancia y garbo. Se encuentra latente en cada uno de nosotros; se descubre intima y personalmente, nadie puede pasarlo a otro ni tampoco puede adquirirse en un supermercado. Son “condimentos” que sazonan nuestro ser, me refiero a contar con: sentido común y de la oportunidad, tacto, criterio y buen gusto.
Concluyo: ética y estética en todos. Desde el Presidente al ciudadano común. De eso se trata.
Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro
Presidente del Instituto CAECBA
www.caecba.com
@ProfesorGavalda
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