SOBRE LA CABALLERÍA Y EL CEREMONIAL
Puede parecer que la caballería hoy es algo lejano, abstracto, de otros tiempos, pero el espíritu de la caballería, que no es otro que el de la defensa de los valores del Evangelio, la santificación personal, la defensa de los más débiles y la ayuda mutua, sin importar el origen, la condición o el pensamiento del otro, siguen teniendo absoluta vigencia.
Bien es cierto que las instituciones se modifican con los años y la caballería, que es milenaria, ha evolucionado a lo largo de todos estos siglos y su carácter, un día militar y guerrero, ha cambiado las armas por otras formas de lucha y desempeñan muchas de estas instituciones, loables actividades humanitarias y asistenciales. Ello no quiere decir que otras no sean meras maquinarias de producción de honores y distinciones para satisfacer egos y vanidades personales, o selectos clubes que, en lugar de poner en práctica los principios de amor fraterno de la Iglesia, se autoexcluyen del resto de la sociedad en selectos ghettos.
El verdadero caballero es el que ayuda al prójimo sin que se sepa, el que defiende al débil, el que cumple con sus obligaciones morales, el que busca la perfección a través de la imitación de Cristo Jesús, el que concilia y no se enfrenta, el que lucha contra las desigualdades, el que ejerce la corrección fraterna con humildad y espíritu constructivo y no calla cobardemente.
Sin estos parámetros, las Corporaciones de Caballería no serían más que selectas reuniones de Damas y Caballeros llenos de entorchados y bandas vacíos y huecos. Quien se compromete a llevar, con honor, una cruz sobre su pecho, debe de cargar con la cruz sobre sus hombros y seguir a Cristo hasta el final. No en vano, ser investido Caballero es un sacramental, en el que se adquiere un compromiso personal y fundamental ante Dios, delante de un sacerdote, en el que el investido, sin dejar su estado, se compromete a intentar vivir de manera heroica las virtudes cristianas.
Por ello, al día de hoy, quien basa y sustenta su vida en la deontología cristiana precedentemente citada, es un caballero. Lejos y distante queda el vago concepto de ser caballero solo por nacer hombre – ídem con las damas- en algunos varios (por no decir la gran mayoría) el tratamiento de caballero le queda holgado.
El ceremonial, el protocolo y la etiqueta son propios de los caballeros. Quien pretenda ejercerlo y lo que es peor aún enseñarlo sin esta intrínseca y necesaria condición pierde el tiempo en banalidades hedonistas y carentes de sentido.
Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro
@ProfesorGavalda www.caecba.com
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