¿QUÉ HACER PARA TENER UN BUEN CONVIVIR? ¿QUÉ COSAS EVITAR?
Sin pretensión de enumerar instancias, pero sí, de dar un orden a la reflexión de hoy, entiendo que lo primero que debemos entender para cumplir con la premisa de hoy es saber conocernos a nosotros mismos un poco mejor: saber qué cualidades tenemos, para apoyarnos en ellas, y cuáles son nuestros defectos más arraigados, para corregirlos y cortarlos. Una persona que no se conoce o no se acepta, se convierte en un ser desequilibrado interiormente, susceptible y testarudo y de un trato altanero con los demás, y por cierto, resulta un individuo sin capacidad sana de convivencia. Nadie puede pretender convivir con los demás si no convive consigo mismo.
Bajo esta base y sustento, podemos ahora continuar y sumar que además debemos tener capacidad de aprender para así conocer cosas nuevas y modificar actitudes; saber valorar y apreciar las de los demás en vez de fijarnos solamente en sus defectos, en sus errores o en lo que hacen mal. Claro son tiempo con personas difíciles de conocer por lo que, seguramente, en algunos casos nos costará más que en otros.
Continúo. Tengamos presente que es menester ponernos en el lugar del otro, para comprender del y con el otro. No deslizar quejas o criticas, si ellas no son constructivas y fraternas. Hablar bien de los demás y, cuando no sea posible, callarnos. No sentirnos enemigos de nadie Respetar a los demás, como deseamos que nos respeten a nosotros; apelar simples actitudes como un obsequio, una sonrisa, un tratamiento, un ceder la palabra o el paso, por ejemplo, hacen que la vida sea grata y llevadera.
Pero… ¿Qué debemos o podemos evitar para que nuestra intensión de convivencia no fracase?
Entre otras instancias: tener una relación fría, distante, adusta y malhumorada; encasillarnos en rencillas o banderías estériles y mezquinas que amargan el trato mutuo; ser egoísta; temer un gesto agrio y destemplado; utilizar un lenguaje grosero y malsonante; apelar a frases hirientes o irónicas; utilizar indirectas que buscan hacer daño; mantener sospechas, celos o lamentaciones; la grosería que se transmite en la dejadez y el descuido en el vestir, en la mesa, en la conversación, etc.; la brusquedad en el modo de saludar, al hablar, al cerrar las puertas, al caminar, etc; la intemperancia que es la desigualdad de humor y trato con los demás; la falta de tacto; la agresividad; la ira, que puede llevarnos a cometer torpezas de las cuales arrepentiríamos demasiado tarde; la ociosidad; la dejadez en donde podemos distinguir: a) la comodidad: descanso, reposo, bienestar, calma, sosiego, convivencia, alivio, agrado, placer, utilidad; y b) la dejadez como la indolencia, la despreocupación, pereza, negligencia, ociosidad, apatía, desgano, y un largo etc.
Para saber convivir pacífica y civilizadamente con los demás, no se nos pide ser un “genio social” sino simplemente una persona que apela a sus virtudes innatas que existen y conviven con cada uno (aunque muchos dejen éste mundo sin haberlas utilizado nunca) me refiero al tacto, al sentido común, al buen gusto y a la pertinencia.
Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro
@ProfesorGavalda
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