NORMAS DE URBANIDAD DE ANTAÑO
Los ritos del luto se encontraban explicitados en los manuales o tratados de urbanidad. En 1853, se publicó el Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres para el Uso de la Juventud de Ambos Sexos; en 1893, la baronesa de Staffe, editó la obra Reglas y Consejos para Conducirse en Sociedad; luego se publicaron otros notorios libros entre 1905 y 1939. Todos ellos daban consejos sobre el cómo observar el luto.
Pero… ¿cómo eran esos ceremoniales en la vieja Buenos Aires?
Después de seis o doce horas de muerto, el cadáver era velado en su cuarto, adornado por paños fúnebres, crucifijo, velones de hasta 2,50 m., candelabros o hasta vitrales, si fueran pudientes y a cajón cerrado. Debían además cerrar persianas, puertas, ventanales, para estar a tono con la situación.
No se debía mezquinar a la hora de efectuar el sepelio, pues la persona desaparecida había sido muy importante en vida, de manera que algunos deudos quedaban endeudados, con el fin de demostrar que también lo era en su muerte.
Los niños, no podían asistir al velatorio, pues debía reinar el silencio, como dogma indiscutido. De allí que se hablara en voz baja y se caminara en puntas de pie. Como se prohibía escuchar música los que aprendían piano, debieron hacerlo en el piano de luto, cuyos acordes eran más discretos.
Los amantes de la música que estaban de luto, podían utilizar palcos de duelo en el teatro Colón. Ubicados a la altura de la platea, cerrados con tupidas rejas, permitían ver y escuchar, a modo de reservados.
En la época colonial llegaba a ser un pregonero con un tambor, quien anunciaba la muerte de alguien, pero más tarde se lo hacía por medio de esquelas, cuyas hojas estaban ribeteadas al igual que las tarjetas, con una línea de hasta más de 1 centímetro de ancho.
Con ellas, se invitaba a asistir al funeral a las personas que vivían en la misma ciudad, para no poner en gastos de viaje a los que se hallaren lejos, siempre escritas a nombre de los padres masculinos, ya que la mujer, fuera la viuda, madre o hija, no tenía presencia o no figuraba.
Al ingresar los asistentes a la sala velatoria, eran recibidos por los parientes varones. Se daban un apretón de manos, pero no entablaban conversación porque era de mal gusto. Debían vestir en forma pulcra, otrora con frac, gran uniforme o levita.
Las espectaculares pompas fúnebres de principios del siglo pasado, proliferaban y eran todo un negocio, existiendo una despiadada competencia. Algunas casas se promocionaban en la revista Caras y caretas ofreciendo por ejemplo: carroza fúnebre a cuatro caballos con cochero y lacayo de librea, cajón imitación ébano con plomo y manijas de bronce, inscripción con chapa de bronce, coche de duelo, coches de acompañamiento con librea, capilla ardiente y avisos en diarios... a 200 pesos; a 160 pesos...
Poco a poco con el correr de los años, las carrozas serían remplazadas por los coches negros, y las ceremonias fúnebres perdiendo su brillo y espectacularidad.
Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro
Presidente del Instituto CAECBA
www.caecba.com
@ProfesorGavalda
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